De este montículo de polvo,
de huesos triturados
esparcidos por el tiempo,
tengo que rehacer mi dimensión,
armarme con los totems de mis antepasados,
invocando los manes
que alguna vez me vieron ser colibrí
alas rapidas picoteando
sin miedo a los cazadores.
Apartar a manotazos
vientos y malas lenguas
empecinadas en empequeñecer
los atronadores latidos de mi corazón..
Desde esta desvencijada,
golpeada estructura
he de renacer fuerte como las ceibas
hermosa como la tempestad
que no se arredra ante las puertas cerradas.
Para golpear de palabras el mundo
con mi cuerpo convertido en arcilla
moldeado ya,
indeclinable ante las malas miradas
pero tierno para las lagunas y las lunas
y la rima y el verso
y la sonrisa de mis hijos.
Es duro rehacerse desde el agua,
de las pequñas pozas encharcadas
en medio de la cara
y la nariz roja
y la boca torcida por la tristeza.
Escarbar la esperanza en la desesperanza
buscarle a lo amargo
el conocido, presentido, sabido,
sabor de la miel.
Cauta me advierto
ante otras manos ofreciendome ternura,
promesa, calor de sonrisa
mientras el brazo extendido del futuro
desde el espejo me anuncia
que estoy toda entera,
dura y frágil,
dispuesta para el nuevo,
indescifrable,
mañana.
Poda para crecer, de Gioconda Belli